sábado, 9 de junio de 2007

El último destino del "HMAV Bounty"

1789 parece haber sido un año particularmente importante, considerando la significación especial que le han asignado los historiadores. Durante su transcurso occurió un acontecimiento capital en la historia occidental, el estallido de la Revolución Francesa, de modo que suele aceptarse convencionalmente que este año señala el fin de al Era Moderna y el comienzo de la Era Contemporánea.

Mientras tanto, en un punto remoto del planeta, lejos de los centros de poder europeos , un episodio singular tenía lugar. Se trató un hecho local, menor, con escasa influencia en el devenir histórico, por lo que no suele ocupar páginas en los libros de historia. Sin embargo, está lejos de haber sido olvidado: el hecho al que me refiero ha cautivado la imaginación de millones de personas, hasta el punto de que ha sido narrado al menos cuatro veces en el cine, y el papel principal ha sido interpretado sucesivamente por Errol Flyn, Clark Gable, Marlon Brando y Mel Gibson. El prestigio de estos nombres nos da una cabal idea del atractivo universal de la historia.

Todo comenzó en 1787, cuando el velero británico HMAV Bounty zarpó de Inglaterra al mando del capitán William Bligh. Su misión consistía en transportar ejemplares del árbol del pan desde la isla de Tahití hasta el Caribe, donde se esperaba poder emplearlos como alimento para los esclavos. La expedición experimentó retrasos, debido a que la ruta prevista – por América, a través del Cabo de Hornos – debió ser abandonada. Forzado a usar la ruta alternativa, por el sur de África, el Bounty llegó finalmente a Tahití diez meses después de su partida.

La época en la que llegaron no era apropiada para transplantar los brotes, y el barco debió esperar en Tahití casi seis meses, tiempo que la tripulación aprovechó confraternizando con la amistosa población nativa y gozando del clima agradable y de la belleza natural de las islas. Para hombres habituados a los rigores de la armada británica del siglo XVIII, esto fue demasiado. Cuando llegó el momento de zarpar, la disciplina había quedado fatalmente debilitada. Algo mas de veinte días después de partir, parte de la tripulación, al mando del primer oficial Fletcher Christian, se apoderó de la nave protagonizando el motín más célebre de la historia. Bligh y dieciocho de los tripulantes leales fueron abandonados en un bote, provistos únicamente de una vela, un sextante y un reloj.

Fletcher y los amotinados no podían permanecer en Tahití. De hacerlo, tarde o temprano serían capturados por los severos británicos, quienes castigaban el motín con la horca. Zarpó en busca de un refugio apropiado junto a ocho marineros y un grupo de nativos compuestos por seis hombres y once mujeres. Cuando llegaron a isla Pitcairn advirtieron que figuraba en una posición errónea en los mapas, mejorando sus posibilidades de evitar ser encontrados. Finalmente, adoptaron una decisión dramática: quemaron el Bounty por temor a que sus mástiles fuesen avistados a la distancia.

Cuando un barco norteamericano visitó las islas años después, sólo uno de los hombres, John Adams, quedaba vivo. Lo acompañaban once mujeres y veintitrés niños. Sus descendientes aún viven en la isla, cuya capital lleva precisamente el nombre del último de los amotinados: Adamstown. Hoy isla Pitcairn forma parte de lo que aún queda del imperio británico y sus habitantes se enorgullecen de su pasado vinculado a la tumultuosa aventura del Bounty cuyo último destino, la remota Pitcairn, merece sólo por ello ser considerado uno de los sitios más interesantes del planeta.

¿Cuál fue el destino de Bligh y sus leales marineros? Lo que sucedió es tal vez la mejor parte de todo el episodio. En el Bounty el capitán no había resultado ser un buen conocedor de los hombres que comandaba. Se comportó con excesiva rigidez y fue incapaz de prever y neutralizar el motín que arruinaría su misión, pondría en peligro su vida y afectaría su carrera. Sin duda, no era un buen psicólogo. Pero no había sido elegido como capitán por su carisma personal o su ascendiente sobre los marineros, sino por sus cualidades como navegante, y Bligh demostró que en este terreno era magnífico. Completando un increíble trayecto de más de 9.000 km logró llegar a la isla Timor y ser rescatado por barcos ingleses. Sólo había perdido un hombre. Luego de un juicio la marina británica lo absolvió de culpa por la pérdida de su nave y lo confirmó en su puesto.

sábado, 26 de mayo de 2007

La bota heroica de Benedict Arnold

En Estados Unidos, el nombre de Benedict Arnold es sinónimo de traición. Aunque solemos utilizar el término “valiente” casi como antónimo de “traidor”, en el caso de Arnold las cosas distan de ser tan simples. Durante la primera etapa de la Guerra de Independencia de las colonias norteamericanas Arnold se había destacado por su astucia y brillantez como jefe militar tanto como por su valentía y arrojo en el combate.

Los historiadores no abrigan duda acerca su papel decisivo en la campaña de Saratoga, episodio clave de la guerra, y en particular se le atribuye el mérito exclusivo por las acciones que impidieron la retirada de las tropas británicas, comandadas por John Burgoyne. Superados en número y sin posibilidad de escape, los británicos debieron rendirse. No existen dudas acerca de que Arnold es uno de los héroes de aquella campaña.

En aquel entonces, los méritos del general no fueron reconocidos. Arnold no mantenía buenas relaciones con su superior, Horatio Gates, a quien culpaba – casi con seguridad con razón– de excesiva cautela. Durante el resto de su carrera del lado de las colonias, Arnold padecería el mismo problema, la falta del debido reconocimiento a su talento y acciones, lo que contribuiría a crear en él el amargo resentimiento que finalmente lo conduciría a la tración.

En 1779, después de obtener el comando del fuerte de West Point, Arnold elaboró un plan para rendir la plaza al enemigo, a cambio de dinero y un puesto de brigadier en el ejército británico. Su plan falló, debido a que fue interceptada su comunicación con los ingleses, por lo que Arnold sólo obtuvo 6.000 de las 20.000 libras que se le habían prometido. Luego de alguna participación en la guerra fue llamado a Europa. Murió en Londres, pobre y relativamente desconocido. Los británicos, comprensiblemente, nunca había llegado a confiar plenamente en un hombre capaz de vender a sus camaradas por dinero.

Pero los actos de Benedict Arnold no podían ser olvidados del todo. Saratoga, con su papel decisivo en el desarrollo de la guerra, fue en buena parte mérito de Arnold. No podía rendirse el debido homenaje al significativo hecho bélico sin admitir la brillante participación del general traidor. De hecho, Arnold había recibido una herida en su pierna en esa batalla, que casi debió ser amputada. Su propia sangre se había derramado, por así decirlo, por la causa continental.

En nuestros días, el sitio donde se libró la batalla (en el estado de Nueva York, cerca de Albany) es un apacible parque histórico. Allí, un obelisco rinde homenaje perpetuo a los héroes de Saratoga. En cada una de sus cuatro caras ellas existe un nicho en forma de arco construido para alojar la estatua de uno de los héroes de la batalla. Uno de ellos, claro está, corresponde a Benedict Arnold, pero permanece vacía. No hay estatua para los traidores.

Cerca de allí, en el sitio donde Arnold fue herido en su pierna, se encuentra uno de los homenajes más extraños que se han brindado a una persona, y tal vez un sitio que merezca la pena visitar para reflexionar sobre la sinuosa condición humana: una estatua representando una bota militar recuerda la pierna herida de Arnold. En la parte posterior, una leyenda alude “al soldado más brillante del ejército continental”, pero no lo nombra.

sábado, 19 de mayo de 2007

221B Baker Street, el hogar de Sherlock Holmes

Existe una dirección en Londres bastante paradójica: es una de las más célebres del mundo, aunque pertenezca a la ficción. Y aunque pertenece a la ficción, existe sin embargo en el mundo real, en el Londres de nuestros días. El 221B de Baker Street, la residencia del inmortal investigador Sherlock Holmes, merece nuestra visita.

Arthur Conan Doyle creó un personaje involvidable, pero nunca tuvo demasiado cariño por este producto de su imaginación. Se sentía un escritor de más altos vuelos, y experimentaba algo de desprecio por el género detectivesco, pese a fueron precisamente sus esfuerzos en este campo los que lo habían hecho rico. Intentó matar a Holmes – en rigor, llegó a matarlo - pero la presión de los indignados lectores, y las tentadores ofertas de los editores, por qué no decirlo - lo obligó a elaborar una rebuscada resurrección para su personaje.

La dirección donde Holmes vivía fue también una mera invención: no existía tal número en la Baker Street victoriana, cuya numeración iba del 1 al 85. Una renumeración posterior le asignó los números 215-229 al edificio de la Abbey Road Building Society, y así, la dirección de ficción cobró vida. Se dice que casi inmediatamente comenzaron a recibir cartas dirigidas a Mr. Sherlock Holmes. No es extraño, considerando la fama universal del detective.

Se dice que aún hoy, las cartas dirigidas a Holmes al 221B de Baker Street reciben puntualmente una respuesta, aunque nunca lo he comprobado.

Ciertamente me agradaría visitar el 221B e intentar revivir algo de la atmósfera londinense que Doyle supo pintar con tanta maestría.

La esquina donde nació "La Cumparsita"

Si visitan Montevideo - y deberían hacerlo alguna vez- es improbable que la visita no incluya un paseo por la plaza Independencia, la principal de la ciudad. Un observador situado en la plaza podrá apreciar un extraño edificio que se yergue como el símbolo incuestionado de la ciudad. Sin embargo, el palacio Salvo, con su inconfundible silueta, no estuvo siempre allí.

En 1916, cuando el joven compositor uruguayo Gerardo Matos Rodríguez compuso una marchita para los festejos de carnaval, el Salvo aún no existía. En una parte del predio que hoy ocupa el edificio, se encontraba la confitería "La Giralda" y fue precisamente allí, en la esquina montevideana de 18 de Julio y Andes, donde el maestro argentino Roberto Firpo ejecutó la obra en público por primera vez. La marchita de Matos Rodríguez se convertiría con el tiempo en el tango más célebre del mundo

Aunque la paternidad de "La Cumparsita" no se discute, existe abundante controversia acerca de la fecha exacta de su primera interpretación pública, así como del mérito que le corresponde a otros protagonistas de la historia, en particular al maestro Firpo, en el éxito posterior del tango.

Más clara es la situación con respecto a la letra de la obra. Matos Rodríguez llegó a escribir su propia versión, pero ésta nunca tuvo mucha aceptación, y el propio autor llegó a admitir que no era muy buena. Más popular fue "Si supieras", la letra compuesta por los argentinos Contursi y Maroni, sin dudas superior a la del uruguayo. De cualquier modo, la mayoría de los músicos reconoce que "La Cumparsita" se disfruta más en la versión instrumental.

Tales controversias, alimentadas en parte por la fraterna rivalidad que siempre existió entre argentinos y uruguayos, sólo contribuyen a aumentar el atractivo del inmortal tango y de su agitada historia.

El comienzo del viaje

Hay algunos sitios en la Tierra que tienen la capacidad de cautivarnos, excitando nuestra imaginación y haciéndonos soñar con visitarlos.

Algunos de estos lugares conservan el aroma y la atmósfera de las cosas pasadas; otros son capaces despertar nuestro sentido de lo maravilloso. A veces, nos dejan perplejos, siempre renuentes a revelar todos sus misterios.

Incluiré en este blog todos los lugares que quisiera visitar alguna vez, los destinos obligados, los sitios - en mi opinión - más interesantes del mundo.